Hace varios años que soy docente y siempre escucho la misma queja: "con tal profesor no vimos nada, no hicimos nada". Eso me ha llevado a múltiples interpretaciones y me ha hecho sentir que, quizás, todos los alumnos se esforzaban por desprestigiar a los docentes que tuvieron durante sus años de estudio.
Cuando yo era chica, solía ver a mis guías educativos como expertos en sus áreas y personas inalcanzables. Ni hablar cuando llegué a la universidad. Me sentí tan chica frente a esas mentes tan brillantes. Pero hoy, que mis profesores son mis colegas y que estoy compartiendo el lugar al estar, también, parada todos los días frente al aula, me he dado cuenta de algunas pequeñas cosas.
Yo tengo muchos recuerdos de las clases que me gustaban, pero son muy pocas, y eso que siempre me gustó estudiar. También, me pasa que, cuando pienso en el colegio, repito lo mismo que repiten mis alumnos hoy: "con ese profe no vimos, no hicimos nada".
Hoy, que tengo la posibilidad y privilegio de estar del lado del docente, comencé mis días juzgando a mis alumnos y pensando que, quizás, la culpa era de ellos, que no prestaban atención, que no querían estudiar o que no querían hacer nada. Pero, luego de algunos años parada desde este lugar tan maravilloso y abrumador que es la docencia, me di cuenta de que, en la mayoría de los casos, los docentes no hacemos un mea culpa.
Son muy pocos los casos o las veces en donde nos paramos a pensar: "¿estaré haciendo bien mi trabajo?". Creo que nuestro grave error está ahí, en no culparnos por el desinterés que tienen los chicos, en no pensar que, puede que nosotros seamos el problema del desinterés en la educación, puede que nuestras formas de dar clases no sean las mejores, ni las más divertidas, ni las más interesantes.
Por supuesto que, entiendo que en este juego hay dos roles, el profesor y el alumno, y que ambos deben aportar su grano de arena, pero nosotros ya sabemos que estamos en desventaja, porque los chicos, en la mayoría de los casos no quieren ir al colegio, entonces, debemos crear clases dignas de su admiración, para despertar esa curiosidad por el aprendizaje.
Puede que el desgano de los alumnos provenga de años y años de docentes frustrados con la profesión y sin ganas de mejorar sus clases o, puede que ese desgano esté más allá de cualquier clase magistral que uno pueda brindar.
En conclusión, considero que, muchas veces, los chicos ya entran desmotivados al aula y es muy difícil sortear esa situación, pero también, creo que, muchas veces, los docentes no paramos y pensamos: ¿En verdad estoy haciendo bien mi trabajo?