Llamo Flautas Tradicionales a aquéllas que encontramos en diversas geografías del planeta desde hace miles de años, hechas en hueso, metal, madera o caña, y que comparten un sistema común de fonación: el aire insuflado por el ejecutante entra por un orifico donde se corta contra un borde produciendo el típico “sonido de corte” de estos instrumentos. Y cuenta con otros orificios que al ser tapados y/o destapados por el músico producen distintas alturas sonoras.
Incluyo a las así llamadas flautas transversales (como nuestra moderna flauta travesera) y a las de pico (como la flauta dulce): en las primeras el soplo del flautista se dirige directamente al borde de la embocadura, donde el aire va a “ser cortado” dando lugar así a la vibración sonora; y en las segundas el aire es conducido por un canal portaviento que lo conduce a un borde o bisel donde se corta.
Y me voy a detener más específicamente en las que cautivaron en forma especial mi atención: las que tienen seis orificios para producir los sonidos de una escala musical; y un séptimo orificio por donde soplar.
Hermosos ejemplos contemporáneos de estos tipos de flauta son el Bansuri hindú y el Tin Whistle irlandés, apropiadísimos para la música instrumental de esos países.
¿Por qué me detengo en ellas? El número siete ha sido y es un número importantísimo en las tradicionales espirituales del mundo entero, y está incorporado de muy diversas maneras a nuestra vida.
Siete son los Días de la semana: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo.
Siete son los Colores del arco iris: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo, violeta.
Siete son los Pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Siete son los Jinetes del Apocalipsis.
Siete son las Maravillas del mundo.
Siete son los Chakras (centros energéticos del cuerpo humano descriptos en el hinduismo).
Siete años de Vacas flacas y siete de Vacas gordas (en la Biblia).
Siete son los Niveles de la creación para muchas religiones.
Siete son las Notas musicales: do, re, mi, fa, sol, la, si.
Con todos los agujeros tapados, se obtiene el sonido más grave; y a medida que voy levantando dedos obtengo los tonos de una escala musical de siete sonidos, hasta llegar a la octava. Asciendo por el instrumento de la misma manera en que asciendo por los centros de energía de nuestro cuerpo, o por los niveles de la creación, desde lo más material (en las flautas de pico, que en general se tocan en posición vertical, esto es mucho más claro) hasta lo más incorpóreo.
Pero nada de esto ocurre si a la flauta no le insuflamos el aliento de vida: si no lo soplo, el instrumento por sí mismo es como un cuerpo inerte. En un acto creador, le doy mi aliento… ¡y la flauta cobra vida para deleitarnos, emocionarnos, hacernos reír, llorar, bailar!
La tomo con mis manos, la llevo a mi boca, soplo: soy un mágico demiurgo y con mi solo aliento doy vida a ese sinnúmero de sonidos agudos, graves, largos, cortos, punzantes, dulces, suaves, enérgicos, plenos, apagados, vibrantes.
En este acto mágico me conecto con mis antepasados más remotos, en montañas, junto a lagos, en praderas, mesetas, desiertos, vergeles, a orillas del mar, disfruto del maravilloso acto de la creación. Me embriago de sonoridades, colores, texturas, me entrego, fluyo con el universo que desciende y deposita la vida entera en mi flauta.