Determinar el momento exacto en el que decidí ser profesora. en mi caso particular, no existe. Sencillamente, el momento me eligió a mí, por lo menos profesionalmente.
Ahora que lo pienso, desde que me alcanza la memoria, había dado clases de verano a las amigas que suspendían alguna asignatura, por dos razones muy adolescentes: de un lado, porque si aprobaban en septiembre, volveríamos a estar juntas en la clase del siguiente curso, lo cual era alentador, y, de otra, porque esas amigas eran parte de mi diversión veraniega y el que no estuviesen perfectamente organizadas en sus estudios me impedía pasármelo bien con ellas dadas las restricciones paternas y severos castigos por sus suspensos. Así que yo me convertía en el puente flexible que unía los caprichos adolescentes de diversión estival con las exigencias paternas de estudio y, como no, todos salíamos ganando. Ellas aprobaban y mejoraban la relación con sus padres y yo seguía gozando de la compañía y diversión que me proporcionaban el salir de fiesta sin que los suspensos me amargasen el verano, de forma indirecta.
En ese instante de mi vida no me planteaba, ni por asomo, ejercer como profesora, pues mi único objetivo era convertirme en Licenciada en Derecho para, posteriormente, ejercer como abogada al estilo de la famosa serie televisiva La Ley de los Ángeles. Sueños de adolescente….
Sin embargo, en los inicios de mi carrera profesional, cuando acabé mi Master en Asesoría Integral a Empresas, el director, y dueño del Centro de Estudios Jurídicos y Económicos en el que lo cursé, tuvo la necesidad de un especialista en temas de propiedad intelectual. Al parecer el profesor que impartía esa materia había dejado repentinamente su puesto y, casualmente, en aquella época yo trabajaba en temas de nombres de dominio de Internet, en pleno crecimiento de los problemas jurídicos en la Red a nivel nacional e internacional, sin apenas regulación al respecto. Me ofreció impartir ese curso, dado que era materia de mi especialidad y práctica de despacho diaria y, sinceramente, no me lo pensé dos veces y me lancé a elaborar el que sería mi primer manual de Propiedad Intelectual, Industrial y Nuevas Tecnologías que llevó por título "Del Derecho Tradicional a la Nueva Era Tecnológica". Comprendía materias tales como derechos de autor y su contratación, la tramitación de marcas, patentes, modelos de utilidad, diseños y dibujos industriales a nivel nacional, europeo e internacional, protección de datos de carácter personal, comercio electrónico y, como no, el creciente tema sobre la solución de conflictos de nombres de dominio de Internet de conformidad con la Política de Solución de Controversias de la ICANN que se ventilaban ante la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, todo ello dirigido a profesionales, en ejercicio o no, del sector jurídico que quería hacer incursiones en esos tema y a estudiantes de los últimos años de la carrera de Derecho.
Entonces me comencé a dar cuenta de que ejercer determinadas materias jurídicas me colocaba en una posición privilegiada con respecto a mi alumnado que saldría a la calle muchísimo mejor preparado para la realidad que se iban a encontrar, al mismo tiempo que me permitía transmitir los conocimientos que durante tantísimos años había ido almacenando en mi cabeza y adquiriendo con la experiencia. Además me pagaban por algo que me volvía loca de emoción hacer, ¿qué más podía pedir?...