En el ejercicio de la intervención educativa, en suficientes ocasiones, encontramos niños y jóvenes que han tenido o tienen desencuentros con el aprendizaje y a los que no podemos ayudar “porque no se dejan”. Se podría decir que están parapetados tras una pared invisible que repele cualquier intento de aproximación, sea cuales sean las estrategias que utilicemos. Esta actitud se puede explicar mediante la noción de “resistencia al estudio”, que queda ilustrada con el ejemplo descrito a continuación. Supongamos el caso un estudiante que ha superado todos los cursos previos y se halla en 5º de primaria (que sabe sumar es un hecho); pues bien, a la pregunta de: “¿dos más dos?, la respuesta es: “¡cinco!”.
Este ejemplo que puede parecer exagerado, sin embargo se aproxima bastante a la realidad. El concepto de “resistencia al estudio” fue acuñado por el sociólogo británico Paul Willis. Aquí se va a tratar partiendo de la idea de que los escolares, por razones diversas, sufren alguna frustración durante el procedimiento didáctico que les lleva a una oposición sistemática –consciente o inconsciente-, hacia el estudio. Dichas causas se pueden definir brevemente:
Endógenas– Los factores endógenos responsables de la creación de resistencias al estudio son aquellos que se originan en virtud de causas internas. Las circunstancias particulares hablan de desventaja comparativa en determinadas competencias, como la matemática o lingüística.
Exógenas– Las creadas por el medio ambiente en el que se desenvuelve el estudiante. Por ejemplo, familias desestructuradas o escasez de recursos y oportunidades de educación.
Comunes– Son aquéllas determinadas por la propia naturaleza humana, si bien más que de “factores” habría que hablar del “factor” común que no es otro que el hecho de que el ser humano busca por instinto el placer y evita el trabajo. Según esta premisa, estudiar es laborioso. Pero también es lo que nos puede llevar a las más altas metas de autorrealización
En conclusión, cualquiera de estas variables pueden ser la razón de la decepción de nuestros hijos o pupilos. Si el fracaso se sucede las veces suficientes, se devalúa su autoestima y la seguridad en sí mismos. La respuesta a estas desvalorizaciones llega a crear un mecanismo de defensa traducido en una fuerte resistencia al estudio, que lleva a nuevos fracasos con sus subsecuentes correlatos de quebranto de autoestima y seguridad. El resultado es la aceptación de un universo subjetivo que desemboca en una espiral descendente capaz de conducir a la frustración absoluta y el fin de los estudios.
La solución está en encontrar el punto de inflexión que nos permita cambiar la dirección del circuito y convertirlo en ascendente: éxito-autoestima-seguridad-más éxito-más autoestima-más seguridad. . . en una nueva espiral beneficiosa en lugar de perversa.
Abundando en las tesis del sociólogo estadounidense R. Merton (1910-2003), se podría decir que estos comportamientos conforman un buen ejemplo de lo que este ha llamado “paradoja de la profecía que se cumple a sí misma”. “… Los proverbios captan por completo las ideas sociológicas ampliamente adoptadas…Llámese a alguien ladrón y robará” .
Así, si un estudiante cree que va a fracasar en un examen, quizá deje de estudiar o lo haga con menor intensidad e interés y , de esta forma, la convicción de que va a suspender propicia que aplique los medios para que su predicción se cumpla.
Por todo lo antedicho, para vencer las resistencias, tenemos que atender al alumno ofreciendo la posibilidad de obtener el éxito necesario para impulsar la tendencia hacia el triunfo. Con este fin, en primer lugar, es preciso analizar dónde nace el primer fracaso y remontarnos hasta ese punto para iniciar desde allí la necesaria nivelación.
Pongamos por caso, si un escolar de tercero de primaria se resiste a aprender a dividir los números naturales, es posible que la cuestión provenga del segundo curso porque no memorizó correctamente las tablas de multiplicar. Por consiguiente, habría que empezar por recordar la multiplicación. Pero no podemos olvidar que ahora tenemos que enfrentarnos a la falta de autoestima y confianza en sí mismo que no existían en segundo de primaria y a las resistencias correlativas. De esta forma, por descontado, tendremos que empezar por introducir la multiplicación, pero altamente simplificada e incrementando el esfuerzo a medida que se vayan alcanzando los objetivos, no sólo de aprendizaje sino también de recuperación del alumno mediante la creación de nuevas expectativas, alcanzables y realistas.
Sobra decir que todo el proceso debe realizarse en un ambiente de máximo respeto , afectuosidad y de defensa de la intimidad y de la dignidad del alumno –incluso frente a sus compañeros-, tratando las cuestiones que puedan surgir con sencillez y naturalidad.
En suma y para terminar, debemos tener en cuenta a la persona en su conjunto, integral e integrada en su realidad biográfica; sabiendo que si logramos convertir las “resistencias” en nuevas y flamantes potencialidades, habremos obtenido de forma recíproca, profesor-alumno, alumno-profesor, un avance más en nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje.