Los humanos nos comunicamos a través del habla. Se trata de una función primaria que necesitamos y es, también, un producto social de la psique.
En primer lugar, los procesos que lleva a cabo el habla se producen en un entorno social y, luego, van a canalizarse dentro de uno mismo, dentro de cada persona. Esto lo estudiaría el constructivismo, donde encontramos al bielorruso Vygotsky, que analizará de manera profunda (y muy avanzada para su época) el aprendizaje social.
Afirmó que la genética no era la prioridad exclusiva en este proceso sino que es necesaria la interacción con el entorno social para que el aprendizaje se lleve a cabo. El aprendizaje se ejecuta, según la teoría del autor, en la interacción con otras personas y, por lo tanto, el aprendizaje humano es un proceso social. Es el primero en hablar de la evolución cultural del ser.
Lo que esta teoría ha aportado principalmente en educación es que esta se toma en serio, se le da un protagonismo, una figura importante en el desarrollo psicológico humano y no un papel secundario.
De esta manera, es sumamente importante la manera en la que el aprendiz se está relacionando con el mundo, la forma en que lo ve e interpreta y, por ende, cómo lo está aprendiendo; por otra parte, teniendo en cuenta, que cada uno interpretará el mundo y lo aprenderá por la manera en la que vive, es decir, influye el medio y el entorno social. El desarrollo cognitivo será mayor según ese entorno en el que el estudiante viva inmerso y se esté relacionando en su día a día. Se trata de la teoría de la mediación cultural.
Sin embargo, hay un hecho que el autor afirma que es el esencial, incluso por encima de la interacción social y se trata del lenguaje, como habíamos comentado al principio. Lenguaje y habla. Por tanto, tenemos un binomio: lenguaje-interacción social y esta contribución del bielorruso es una actividad para llevar a cabo en sociedad.
Así, retomando la interacción social que tratábamos, si un niño tiene dicha interrelación con un tutor, el proceso de aprendizaje será más enriquecedor, pues puede modelar comportamientos y promueve el desarrollo cognitivo. A esto lo llamó Vygotsky el diálogo cooperativo o en colaboración.
Las nuevas maneras de aprendizaje que han ido apareciendo han ayudado a “aprender a aprender” al estudiante, tanto si es un niño como si se trata de un adolescente o adulto, y a adaptar, en parte, el rol que tiene el profesor, pues no puede verse como un alumno “sabelotodo” y que solamente él tiene el turno de palabra para ser escuchado. Más bien debe interactuar con su clase, lanzarle preguntas y desafiarle.
Debemos enseñarles, como futuros docentes, a que adquieran las estrategias necesarias para aprender a comunicarse e interactuar con el resto y el medio, tanto en el que se mueven (su zona de confort) como los nuevos que experimentarán (zona nueva no-aprendida), porque, al igual que el autor, opinamos que los alumnos pueden aprender de sus profesores y también de sus compañeros y, así, llegar a ser ellos mismos los que vayan hacer aprender al resto y a nosotros, a los profesores también (los maestros estamos en continua escucha y se aprende mucho más de ello. Somos los alumnos de nuestros alumnos.)
El objetivo central de la educación debe ser poner de acuerdo las acciones que el alumno realiza y aprende durante el aprendizaje y las representaciones que los profesores enseñan. Por ello, en esta teoría se abarca constantemente la interrelación existente entre el alumno y el profesor, los conocimientos que se pueden adquirir a través de la ayuda de lo que Vygotsky llama “andamiaje”, es decir, la naturaleza de esta ayuda o guía.
¿Qué puede y debe hacer el profesor para enseñar a sus alumnos en esta línea?
Por un lado, dar una importancia máxima al lenguaje, ya que con él construimos, organizamos, transmitimos, transformamos los pensamientos. Y este razonamiento, hacerlo llegar y hacerlo entender a los alumnos. También, crear ambientes de reflexión, auto-reflexión, de debate, de diálogo, de crítica… Retarles acorde a su nivel. Enseñarles a investigar, construyendo espacios que promuevan el “aprender a aprender”.
Por otra parte, ofrecer una educación con sentido, partiendo de los contextos socioculturales en los que nos encontremos con nuestros alumnos. Enseñarles el valor del respeto a esas diversas culturas y, por qué no, investigar sobre ellas y conocerlas mejor, pues esto ampliará nuestros conocimientos y nos enseñará a sensibilizarnos con nuestro entorno. Ofrecer una educación más humana, pues la importancia de respetar a todos los seres humanos en su diversidad cultural y formar personas sensibles, críticas y respetuosas, es otro objetivo.
¿Cómo se puede trabajar este desarrollo en las universidades?
La universidad está entendida como el pico más alto del nivel de enseñanza y formación, pero también tiene un gran compromiso social para/ con sus estudiantes. Se da por hecho, que los alumnos que hayan llegado a un nivel universitario, han adquirido las competencias necesarias y que anteriormente hemos expuesto. Sin embargo, opinamos que esta etapa no puede acabar al llegar a la institución máxima de enseñanza, la universidad, sino que es precisamente en ella donde debe florecer en todo su esplendor.
Hasta el momento, la formación universitaria se ha visto, en gran medida, como un puro trámite, una fábrica de crear un papel sellado y firmado que nos otorgue la posibilidad de trabajar en un futuro en un contexto social, pero no ha profundizado en el razonamiento que nuestras mentes han recibido durante el proceso de aprendizaje.
Creemos necesario un cambio en ese modelo de enseñanza, un nuevo proceso de enseñanza pedagógico y que se facilite no solo el saber, sino también sensibilizarse con el contexto. No podemos hacer que el terminar la universidad sea para entrar en una burbuja netamente mercantilista. Debemos buscar la forma de que lo que aprendamos lo interioricemos, lo estemos comprendiendo y que nos lleve a la reflexión.
Iris Giménez Pérez