Como se sabe, Platón consideraba que aquello que llamamos realidad poseía dos dimensiones: lo inteligible y lo sensible. De acuerdo con el discípulo de Sócrates, la dimensión sensible solo es susceptible de ser captada por medio de los sentidos, mientras que la dimensión inteligible solo puede ser percibida a través del entendimiento.
En la dimensión sensible todo se cuentra en constante movimiento, y, por ello, no es susceptible de haber conocimiento respecto a ella, pues lo que se comprende en un momento ya cambió en el siguiente. En ese sentido, el conocimiento, entendido en su sentido estricto, no puede existir en la dimensión de lo sensible. Por otro lado, en la dimensión inteligible habitan formas eternas y perfectas, también llamadas ideas, las cuales nunca padecen cambio alguno, y, en ese sentido, esta dimensión es la única en la que puede existir verdaderamente el conocimiento, pues aquello sobre lo cual este versa es inmutable.
De acuerdo a todo lo anterior, surge, entonces, la pregunta, ¿cómo podemos tener acceso a las formas puras del mundo inteligible? Es decir, ¿cómo podemos obtener conocimiento? Platón pensaba que el alma del ser humano es inmortal, y, en ese sentido, consideraba que antes de nacer los seres humanos habitabamos en algún lugar distinto. La propuesta consistía en que aquel lugar donde habitábamos antes de nacer era la dimensión inteligible. En ese sentido, toda alma habría podido contemplar las formas eternas y puras de esta dimensión. Sin embargo, al nacer, el alma olvida estos objetos eternos que habría observado antes, y, por ello, la condición humana parece iniciar en una completa ignorancia. Pese a todo esto, Platón consideraba que existe una forma en que el alma puede acceder nuevamente a aquellos objetos perfectos que alguna vez contempló. Esta forma recibe el nombre de anamnesis, lo cual viene significar tanto como recordar. Es decir, Platón planteaba que la manera en que podemos volver a tener acceso a las ideas del mundo inteligible es a través del recuerdo. En ese sentido, para Platón conocer equivale a recordar.
Ahora bien, ¿cómo surge, entonces este recuerdo?
Recordemos que Platón dividía la realidad en la dimensión inteligible y sensible. La anamnesis vendría a ser cierto puente entre estas dos dimensiones. Lo que se planteaba consistía en que cuando un sujeto observa los objetos del mundo sensible de alguna manera puede entrever los objetos inteligibles. Esto es tal en la medida en que Platón consideraba que los objetos sensibles existían en virtud de que participaban de los objetos del mundo inteligible. Esta participación - méthesis - básicamente consistía en que los objetos inteligibles, de alguna forma, fundamentaban la existencia imperfecta de los objetos sensibles. De acuerdo con ello, Platón pensaba que si el alma de un individuo se encuentra debidamente predispuesta, entonces esta podrá ser capaz de entrever las formas perfectas - esto es, las ideas - que, de alguna manera, se dejan traslucir a través de los objetos sensibles. De entre todos los objetos sensibles aquellos que poseen mayor potencial para llevarnos a la susodicha anamnesis no son sino los objetos bellos. Esto es así en la medida en que son ellos los que más atraen nuestras atención en el mundo sensible.
Entonces, a modo de cerrar las ideas aquí propuestas, Platón consideraba que conocer es cierto recordar que se da a través de los objetos sensibles en relación a los objetos inteligibles.
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