"La autoridad es un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando"
El Manifiesto Liminar de la reforma universitaria nos invita a repensar bajo esta afirmación no solo la autoridad como organizadores administrativos de la institución educativa denominada universidad sino, a la figura docente como representación de autoridad al ser portador de conocimiento y transmisor del mismo durante las clases.
Haciendo hincapié en la forma de hacerlo desde un lugar de humildad. Al utilizar la palabra “sugerencia”, sinónimo de consejo o recomendación, es decir, todo lo contrario a la imposición, a la obligación, o al hecho de que sea sólo una voz la dueña de la verdad, ya que invita a participar, a involucrase al estudiante como sujeto activo de su educación.
Por otro lado, igualar al acto de enseñanza al amor, puede sonar romántico, utópico, y hasta ridículo, pero se ha concebido al acto de amar como una de las máxima expresiones del ser humano, y hacerlo bajo esa mirada implica que se busca un bien mayor, el bienestar de la otra persona, y por consecuencia concibe a la educación como bien social, haciéndola fuente de esperanza frente a las adversidades sociales.
“La educación es un acto de amor, por tanto un acto de valor”, nos dice Freire, resaltando cuan valiente, responsable y consiente debe ser el docente del poder que se le adjudica al ser presentando como portador del saber y por ende la autoridad frente a un grupo de estudiantes.
En la actualidad, donde la educación se ve desmerecida frente a las necesidades económicas y financieras, el docente universitario presenta el desafío de enseñar con la valentía del amor, promoviendo y revalorizando la formación académica y el saber cómo bandera para alcanzar cualquier cosa.